Gobernación a través del Mecanismo espía a sus periodistas protegidos
ALMA GRANDE
Por Ángel Álvaro Peña
El periodismo es una de las tareas con mayor responsabilidad social, una de las más estrictas que requieren de lealtad y discreción a su alrededor. No tener esas condiciones básicas representa un verdadero suicidio para los comunicadores, además de poner en riesgo el contenido de su información.
En un país como México, donde el periodismo es una de las actividades más peligrosas en el planeta, tener un infiltrado no sólo pone en riesgo el trabajo del periodista que debe ser impactante diariamente, sino su propia vida, porque la trayectoria sin fin de prácticas corruptas en la administración pública, la irrupción del crimen organizado, la injerencia de la delincuencia autorizada, la propia competencia entre periodistas se convierte en un peligro a la hora de contar con primicias. Por todo esto la intervención de un espía, de un vigilante que está al tanto de todas las actividades del comunicador, desde las profesionales hasta de la vida privada. Ese mirón puede hacer lo que quiera con esa información, vendérsela a un enemigo, dar a conocer la vida íntima del periodista, o simplemente tener material para un posible chantaje. Nadie quiere un mirón en su vida, menos aún con el pretexto de ser protegido.
Pertenezco al Mecanismo de Protección a Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodistas desde hace más de hace 10 años. En ese lapso han sucedido una serie de sucesos que van desde atentados contra mi vida hasta el asesinato de uno de los hombres que protegía mi integridad y que se había convertido en parte de la familia.
Al inicio de la presente administración se realizó una investigación exhaustiva, por parte de la Junta de Gobierno, con la intención de quedar bien con las nuevas autoridades y mantener su chamba, donde todavía están enquistados, para volver a valorar a los periodistas que requerían dicha protección, y en nombre de la austeridad comenzaron los regateos a quienes por el ejercicio de su profesión arriesgaban su vida.
Los guardias pertenecían entonces a la Policía Federal Preventiva, agentes entrenados tanto en la defensa de personas como en los protocolos. Ahora se contrató al Servicio de Protección Federal, especializado en la protección y cuidado de inmuebles y oficinas, lo cual marca una diferencia importante, tanto que hace ver a sus guardias como unos improvisados.
Los protegidos de la PFP tanto en los protocolos de defensa de la privacidad de los periodistas a quienes cuidaban su integridad como en el cuidado de las personas mostraban gran profesionalismo. El cambio vino a deteriorar los servicios y redujo la calidad y las estrategias, hasta colocar en serios peligros a los supuestos protegidos. Las gráficas de homicidios de periodistas lo comprueban.
En ese momento surge, desde las oficinas de Seguridad Federal, un grupo de guardias que servían a los intereses del grupo que comanda el Mecanismo, es decir a los integrantes de la Junta de Gobierno, que imponían sus criterios a los custodios para recabar información sobre las actividades de los comunicadores.
Así como sucedía en la KGB de la antigua Unión Soviética, los policías dejaban de cuidar la integridad de los ciudadanos para convertirse en sus espías.
El Mecanismo quiere intimidar a los periodistas tratando de hacer sentir que el enemigo de los periodistas está en casa, lo cual habla de por sí de la falta de ética y profesionalismo de un grupo de burócratas que sólo quiere nadar de a muertito asegurando que evita las muertes, cuando los homicidios continúan sucediendo, por desgracia, continuamente.
Nadie en su sano juicio imagina a un juez con un infiltrado a su lado las 24 horas, que lo observa sin cuidarlo hasta cuando duerme. En esta práctica cotidiana, en cualquier percance contra el periodista el guardia resulta ser el principal sospechoso ya sea como una persona que dio a conocer la rutina diaria de su vigilado a alguien, o por ejecutar de manera personal un atentado o una advertencia agresiva contra su integridad. La orden del aviso puede provenir de arriba, del propio Mecanismo, nadie podría alegar inocencia sin investigar sobre algún percance contra el comunicador sin pecar de ingenuidad.
Esto parece desconocerlo el grupo de Enrique Irazoque Palazuelos, que juega con la vida de los periodistas, porque no soy el único a quien le escamotean el servicio en el que está de por medio su vida.
Resulta por demás violento el hecho de que se me espíe en lugar de protegerme, sin más objetivo que evaluar mi derecho a obtener la protección que se ha comprobado a satisfacción necesito. Este servicio lo tengo gracias al fallo del Poder Judicial, por unanimidad de los ministros, a través de un amparo, luego de habérmelo quitado. Afortunadamente todavía hay gente decente en dicho poder que actúa conforme la ley y la justicia. El precio de la protección es la libertad del defendido. Porque se le defiende de la agresión, de la violencia, de la muerte, pero en nombre de toda esta demagogia sacrifican su privacidad, que es lo más propio que todo ser humano tiene.
Cuando hay un infiltrado en lugar de un protector, la vida privada termina al mismo tiempo que la libertad y ésta es para los periodistas el alma de su trabajo cotidiano, porque en ella y para ella trabaja.
El Mecanismo vende caro un derecho que se ha esforzado, por todos los medios, en hacer parecer como un favor, cuando en realidad surge para evitar las muertes de tantos compañeros que cayeron en cumplimiento de su deber por la incapacidad de sus protectores.
El mecanismo debió ser, desde un principio, un ente preventivo, que evite la muerte, con un aparato para la inteligencia que actúe alrededor de los periodistas inscritos en él para que nunca les pase nada, pero se volvió una oficina de obituarios donde sólo se emiten esquelas y pésames.
PEGA Y CORRE.
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Esta columna se publica los lunes, miércoles y viernes.