COLUMNISTAS

Los dueños de la verdad

 

Por Ricardo Homs

El enfrentamiento que se ha dado entre nuestro presidente, -secundado por Morena-, y en contraposición quienes defienden un proyecto diferente al presidencial, muestra que desde la cúspide del poder se considera que la “verdad ya tiene dueño”.

Cuando alguien piensa que la verdad absoluta es la suya y por ello debe imponerla “a los infieles”, se sepulta la oportunidad de diálogo, que es uno de los principios básicos de la democracia.

México es el único país del mundo donde ya se instituyó el “ministerio de la verdad”, que describió George Orwell en su novela titulada “1984”.

Esta novela política de ficción escrita por Orwell en 1949 describe a un gobierno totalitario y vigilante, que desde la visión futurista de este autor inglés gobernaría al mundo en el año 1984 a través de sólo cuatro ministerios, -equivalentes en nuestro modelo político a secretarías de estado-, y uno de estos era el de la “verdad”, que se encargaba de desenmascarar la mentira manipulando la historia para que coincida con la versión oficial.

Nuestra versión autóctona del “ministerio de la verdad” semanalmente nos ilustra respecto a qué es verdad y qué es mentira de lo publicado en medios impresos, así como de lo que fue difundido en noticieros y redes sociales durante los últimos días.

Adjudicarse el derecho a decidir quien es traidor a la patria presupone la imposición de un sistema de valores sociales de tipo personal, que están al margen de la Constitución. El artículo 123 del Código Penal Federal define que la traición a la patria requiere de un juicio político y que “no procede juicio político por la mera expresión de ideas”.

Por tanto, etiquetar a los legisladores que no votan a favor de las propuestas del presidente como traidores a la patria significa no respetar el ejercicio de las atribuciones propias del cargo legislativo. La simple mención de la pena de cárcel para los traidores a la patria expresada durante una de las famosas “mañaneras”, representa una presión sicológica contra las bancadas de la oposición.

Dar un contexto patriotero al discurso mañanero da una dimensión histórica a los señalamientos, lo cual exacerba aún más la confrontación.

La versión de “están conmigo o contra mí”, ha sido la fuente de las mayores injusticias lo largo de la historia de la humanidad.

Era de esperarse que después de una larga lucha, -enfrentada desde el rol vulnerable de ser oposición-, los militantes de Morena y sus legisladores impulsaran una nueva cultura política, sensible y abierta al debate.

En contraste, nunca había estado tan enrarecido el entorno político como lo está hoy.

Los señalamientos desde la cúspide del poder se convierten en algo más que palabras: representan un riesgo cotidiano de que grupos fundamentalistas afines a la 4T agredan físicamente a los señalados.

Calificar como “traidores a la patria” a quienes tienen otra visión política del futuro de nuestro país muestra la poca tolerancia que hay, lo cual obstaculiza la conciliación con la disidencia.

La forma en que se exhibió con nombre y fotografía a los legisladores que votaron en contra de la reforma eléctrica, sin ningún sustento, -más allá de la opinión personal del presidente, así como de Mario Delgado y de la estructura cupular de Morena-, representa una estrategia de acoso político.

Más allá de un exabrupto o una expresión espontánea impertinente, refleja un plan claramente estructurado para manchar la reputación de los opositores.

A los apasionados promotores de la historia de México se les olvida la vergonzosa crónica de la tortura y asesinato del senador de la república Belisario Domínguez, brillante orador chiapaneco y adversario del dictador Victoriano Huerta, quien durante la noche del siete de octubre de 1913 fue secuestrado por colaboradores del tirano y llevado al cementerio de Xoco, en Coyoacán, donde fue torturado y asesinado.

La leyenda, -por no estar comprobada ni documentada fehacientemente-, narra que antes de matarlo fue llevado con el médico Aureliano Urrutia Sandoval, -su enemigo político-, quien en un quirófano le cortó la lengua y se la envió como trofeo al presidente Victoriano Huerta.

Este brutal asesinato inició el declive que cristalizó con la destitución de Victoriano Huerta.

Belisario Domínguez es el honroso nombre que lleva el instituto que hoy forma parte del Senado de la República y tiene como objetivo desarrollar investigaciones estratégicas para apoyar la deliberación y toma de decisiones legislativas del Congreso.

Además, en 1953 se instituyó la medalla Belisario Domínguez del Senado de la República para distinguir y reconocer a mexicanos, -hombres y mujeres-, por sus aportaciones al país o a la humanidad.

Hoy Belisario Domínguez es el símbolo de la lucha por defender la libertad de expresión, actualmente tan agredida y vulnerada desde el poder político.

El acoso a personas y a ONG´s , -a quienes se presenta ante la opinión pública como indeseables o traidores a la patria-, debe tener consecuencias jurídicas, sea quien fuere el agresor verbal.

 

MONREAL

La diferencia entre políticos improvisados, -aunque tengan muchos años de carrera haciendo grilla-, y quienes tienen vocación política para construir acuerdos, es la actitud.

Por un lado están los oportunistas que pierden el piso, mareados por la soberbia del poder y creen tener siempre la verdad de su lado. Por otra quienes construyen acuerdos ejerciendo liderazgo.

Ricardo Monreal es uno de esos raros políticos que pueden construir acuerdos en un país donde el gen autocrático impide escuchar al interlocutor.

Monreal recientemente criticó la campaña de sus correligionarios de la 4T contra diputados que no apoyaron la reforma eléctrica, argumentando: “no me dejan espacio para construir acuerdos”. 

Con mucha sensibilidad política agregó: “¿Cómo… si les escupo o les insulto, les pido que se sienten conmigo?… ¡No!… no tendría forma de hacerlo. Además, lo hago no sólo por definición, sino por convicción. Yo fui opositor… y fui maltratado y ahora que soy mayoría no hago lo mismo con la oposición, los respeto y los escucho, los atiendo, aunque no coincida con ellos. Pero respeto lo que dicen y su verdad debe ser expresada”, recalcó.

Recuerdo una plática con Carlos Navarrete, perredista que en esa época presidía el Senado de la República. En una charla de banqueta me expresó que para él su mayor capital político era la confianza, la cual le aseguraba credibilidad para construir acuerdos con la oposición.

Esa es la visión de un sector de nuestros políticos, -que hoy siendo minoría-, aún nos dan la esperanza de mantener vivo el espíritu de la democracia.

 

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