El último presidente de la Revolución
Por Ángel Álvaro Peña
Hace 41 años, el 1 de septiembre de 1982, en su último informe de gobierno, el último presidente de la Revolución, José López Portillo fue su discurso más memorable de su mandato.
En el primer informe de gobierno, cinco años antes, había ofrecido disculpas a los pobres, en el último señalo a los sacadólares de debilitar la economía, de ahí su frase «Soy responsable del timón, pero no de la tormenta», que dibuja con precisión las atribuciones de un Presidente, quien ni es el único habitante del país ni el responsable de las reacciones de los diferentes sectores sociales, por eso responsabilizó a los banqueros de la debacle económica.
Las fuerzas de la economía mostraban, en ese momento serias diferencias con el gobierno. No había una oposición que delineara políticas contrarias y los empresarios se erigían como fuerza política, tratando de colocar sus intereses en la política del gobierno.
La carencia de oposición hacía surgir a la escena política a varios grupos de espontáneos que incluso querían justificar su actuación como algo normal aunque ilegal como era la fuga de capitales como una defensa legítima de los intereses de un sector de la población, como si fueran mayoría. No hay país con mayoría de empresarios en el mundo, siempre son minoría.
La importancia del sexenio de Don José López Portillo, es clave para entender la historia; sin embargo, su mandato ocurrió entre dos corrientes políticas antagónicas. El pasado nacionalista de Echeverría, y el siguiente sexenio, encabezado por Miguel de la Madrid, que impuso un modelo económico ordenado por Estados Unidos. Fue un periodo de nacionalismo inspirado en los ideales de la Revolución que no fue ni puente ni abismo, sino un paréntesis entre dos periodos de intranquilidad social, uno pero el miedo al socialismo; el otro por el terror a entregar el país y sus riquezas todo a los empresarios nacionales y extranjeros.
En este escenario López Portillo dio la cara, reconoció posibles errores, señaló con precisión a los culpables. No evadió responsabilidad; al contrario, se dijo parte del problema, pero también de la solución.
Entonces ordenó la nacionalización de la banca y decretó el control de cambios, decisiones para las que se necesita poseer un liderazgo social poco usual en la historia de México y una valentía que en ese momento retaba su lugar en la historia de México.
A manera explicación del momento que estaba viviendo México lanzó otra frase que debería estar en la memoria de todos los mexicanos porque s, al mismo tiempo un legado y una advertencia: «Ya nos saquearon. México no se ha acabado. ¡No nos volverán a saquear!».
Fue el último Presidente de México que adoptó la moneda como parte de su alegría o felicidad. Anunció que defendería al peso como un perro y su frase trascendió.
La polarización social que había heredado del régimen de Luis Echeverría, quien había sido señalado como culpable de la matanza de Tlatelolco en 1968, cuando era secretario de Gobernación, tomo una tranquilidad social sorprendente en el periodo de López Portillo. Las aguas tomaron su lugar y a pesar de los vientos adversos y la economía amenazada.
Eran años en los que la imberbe oposición de derecha no clasificaba todavía a los regímenes de América Latina como dictaduras, claro a excepción de Cuba, en ese sentido se actuaba con la suficiente libertad desde el gobierno y con la razón histórica en la mano como para que el gobierno de López Portillo se opusiera abiertamente al régimen dictatorial de Anastasio Somoza Debayle, y tras de su caída apoyó al régimen sandinista y trató de mediar entre el régimen nicaragüense que nacía con la revolución armada. Posición también valiente ante un vecino siempre vigilante de las acciones del gobierno de México que debió sólo tragar saliva ante esa decisión que también forma parte de la historia de América Latina, siendo congruente con la dignidad de la política exterior que ha caracterizado s nuestro país por muchos años.
Lo mismo sucedió en el caso de El Salvador, cuyo rechazo de México a la dictadura oligárquica y el acompañamiento del nuevo régimen de la revolución inspirada en la lucha de Farabundo Martí, fue motivo de un reconocimiento internacional por la apertura de su política, a pesar de tener a un vecino, siempre conservador y enemigo de las revoluciones progresistas. Así, el gobierno de López Portillo, fue felicitado a nivel mundial por su valiente postura en el mundo a pesar del gigante que tenía por vecino.
Abogado, egresado de la UNAM, catedrático de Derecho Constitucional en la Máxima Casa de Estudios, promotor de la cultura a grado tal de encargar a su hermana la responsabilidad de dirigir Radio, Televisión y Cinematografía, donde regresó a la vida literaria a sor Juan Inés de la Cruz. En su periodo fue fundado el Claustro de Sor Juana, no sólo como un museo sino como un centro del saber. A la fecha su hija Carmen Beatriz López Portillo Romano, es la directora de dicha institución donde se imparten carreras universitarias y se impulsa el arte la y la cultura. Un espacio para el pensamiento, la creatividad y las ideas.
Escribió varios libros, entre los que destaca Génesis y teoría del Estado moderno, escrito en 1969; Quetzalcóatl, de 1965; Don Q, de 1975; Ellos vienen…la conquista de México, escrito en 1985; Un libro biográfico en dos tomos denominado “Mis tiempos”, publicado en 1988, y Umbrales, escrito en 1997.
José López Portillo fue un hombre de familia, un hijo, un hermano, un amigo que acercaba a todos por igual alrededor de sus ideas y su estilo muy personal de gobernar, de ser, de servir, que todavía la historia no ha sabido reivindicar.
PEGA Y CORRE
La senadora Nuvia Mayorga renuncia al PRI para unirse al Partido Verde. Dice que quiere seguir transformando el país. Es muy probable que Osorio Chong y Claudia Ruiz Massieu sigan por el mismo camino. Sabemos que el Verde es satélite, apéndice o sucursal de Morena, por lo menos de aquí al 2024.
Esta columna se publica los lunes, miércoles y viernes