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La maldición del poder

No es lo mismo estar en la oposición política y manifestar ideales y compromisos, que estar ya instalados en el poder.

Generalmente el poder tiene tal capacidad de fascinación, que corrompe. De este modo vemos que el respeto a los otros dos poderes que López Obrador prometió en la toma de posesión del cargo en 2018, lo olvidó cuando se consolidó en el gobierno y empezó a confrontarse con el Poder Judicial.

Hoy estamos frente a una aberrante realidad para un país que se considera democrático. La elección de jueces, magistrados y ministros de la SCJN con base en su popularidad, carisma o simplemente la suerte.

Todas las promesas de respeto a las instituciones autónomas, -así como a los otros dos poderes-, se olvidaron bajo el influjo del poder.

López Obrador decidió buscar la concentración de poder para garantizar durante los próximos años la continuidad de su proyecto.

El mismo ministro Arturo Zaldívar, en ejercicio de sus funciones desestimó, -cuando apenas iniciaba el tema de la propuesta presidencial del sometimiento a elección pública de los cargos judiciales-, que fuese viable o conveniente pedir a la ciudadanía que seleccione a los juzgadores. Por tanto, el mismo Zaldívar se oponía a este modelo electoral.

Sin embargo, cuando su amigo el presidente de la república tomó la decisión de proponerla al Congreso, entonces Zaldívar descubrió las “bondades” de este sistema y se doblegó al poder absoluto presidencial, convirtiéndose en promotor de ella. Seguramente después influyó también el deseo de venganza por no aprobarse la extensión de su presidencia al frente de la Corte por dos años más, como “sugirió” López Obrador.

A su vez, en algunas conferencias o charlas privadas la ministra de la SCJN Loretta Ortiz Ahlf también criticó la propuesta inicialmente, pero después cambió de opinión cuando López Obrador impuso esta idea a la bancada de su partido. Ella se doblegó ante el poder de su “padrino”, aunque profesionalmente lo repruebe.

¿Qué seducción ejerce el poder que tiene la capacidad de trastocar los valores morales de las personas?

Esto pone en perspectiva que es imposible confiar en ningún político, pues mientras no tenga el poder puede tener buenas intenciones, pero el poder ejerce tal seducción que puede cambiar sus valores y conducta para cumplir sus ambiciones personales.

Vivimos en una crisis de confianza total y absoluta, donde las palabras no cuentan, pues las promesas no reflejan lo que sucederá en el futuro.

En la historia de México quedará marcada la huella de esta promesa incumplida por López Obrador que cambió su destino.

¿A usted qué le parece?