Cubanos, venezolanos y haitianos trabajan en Tepito mientras esperan cita migratoria
En medio de los puestos de la calle de Aztecas, en el barrio de Tepito, los comerciantes comienzan a “cargar carrilla” cantando el coro de La negra tiene tumbao, de Celia Cruz, pero lo hacen en masculino: El negro tiene tumbao; cantan frente a Joseph quien no duda en dar unos pasos de baile, ponerse una gorra con el escudo de los Yankees de Nueva York y comenzar a acomodar la mercancía.
El acento del joven de piel morena es inconfundible en medio de los gritos de «¡llévelo, llévelo, le muestro lo que guste!» Joseph cuenta a El Sol de México que dejó su natal Cuba en diciembre pasado con la intención de llegar a Estados Unidos, país que, espera, le conceda refugio en los meses próximos.
En lo que ese día llega, Joseph se gana la vida en Tepito, uno de los barrios más violentos de la capital del país, vendiendo electrodomésticos. Cuenta que llegó gracias a Joel, un compatriota que entró el año pasado a México en una caravana migrante.
“Hay que juntar lana para llegar a la cita y ni modo, toca entrarle trabajar”, dice Joseph mientras muestra una licuadora a una clienta. “¿En Cuba habías escuchado de Tepito?”, se le pregunta.
“No, nunca, un amigo me dijo y ahora aquí estoy, dicen que es bravo, pero fuera de la carrilla (burla) que me cargan los colegas, me siento a gusto, me siento seguro, llego, trabajo y de aquí a mi casa en Azcapotzalco, me ando con cuidado”, responde en medio de las risas de los otros comerciantes.
Los migrantes que trabajan en el emblemático barrio, caracterizado por la venta de mercancía pirata o de dudosa procedencia, se cuentan por centenares, dice don Julio, patrón de Joseph. “Muchos dicen que tienen cita para pasar, otros intentan sacar cita desde aquí, pero nunca la consiguen. Aquí han encontrado pues una manera de subsistir, se avisan unos a otros. Muchos sólo están unos meses porque solo quieren juntar dinero para seguir el camino hacia Estados Unidos y hay de todo, muchos muy trabajadores y otros a los que les gusta flojear”, afirma.
Don Julio comenta que uno de los “delegados” del tianguis se dio a la tarea de contar a los migrantes que han llegado a trabajar al barrio “y no terminó, llevaba como 200 y no acababa”.